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Trabajo, descanso y ocio

¿Cómo es el diseño de Dios?


Si hablamos del trabajo, también tenemos que hablar del descanso. La alternancia entre tiempos de trabajo y el descanso forma parte de la misma obra creadora de Dios. Al igual que el trabajo, el descanso también es parte del plan original del Creador con el ser humano.

En este contexto hace falta aclarar algo crucial: tenemos que distinguir entre descanso y ocio. Como es evidente, el concepto de “ocio“ no existe en la Biblia. De hecho, la idea que está detrás del término es netamente secular: se trata de ser libre de cualquier responsabilidad y hacer “lo que nos dé la gana”. Pero nuestra relación con el mundo creado por Dios se rige en términos de tiempo y responsabilidad. El ocio intenta escapar de ambos conceptos. Por lo tanto, la idea básica detrás del ocio moderno es el “escapismo”. Cuando una persona carece de un llamado divino para su trabajo, el ocio llega a tener un atractivo creciente para escapar del mundo real, con sus obligaciones morales, las responsabilidades del trabajo y la obligación de rendir cuentas. La huída de la realidad está detrás de una buena parte de la publicidad turística, con sus sus hoteles de todo incluido con alcohol por un tubo, sus destinos exóticos y ofertas tentadoras al servicio del cliente que refleja una imagen del país en cuestión que carece de realidad.

Descansar en el Señor no es lo mismo que deshacerse de las responsabilidades

En contraste con todo esto tenemos la idea del descanso bíblico semanal. No se trata de huir, sino de dejar de trabajar por un tiempo limitado precisamente por la fe en la provisión divina temporal y eterna. En otras palabras: el descanso bíblico se orienta en Dios. Si descansamos de esta manera descansamos en Dios y nos damos cuenta de que no somos nosotros los responsables de nuestro destino, sino el Señor, y confiamos en que Él bendecirá, guiará y prosperará nuestro trabajo. y escapar de nuestro entorno habitual. Más bien es un momento donde dejamos de trabajar para reforzar nuestra conciencia de que Dios gobierna sobre todas las cosas - también sobre nuestras vidas. En este sentido el descanso es una acto de confianza en un Dios soberano. El descanso auténtico se caracteriza por confiar y orientarse de nuevo en Dios y está siempre relacionado con nuestro trabajo y nuestra disposición de hacer la voluntad de Dios con gozo.


Descansar en el Señor no es otra cosa que un acto de fe, un tiempo donde sacamos fuerzas de la eternidad para poder dedicarnos de nuevo con ganas a nuestro trabajo. Y, curiosamente, haciendo esto nos recuperamos mejor que cuando reducimos nuestra vida a las cuatro semanas de vacaciones y los fines de semana.


El ocio significa una ruptura entre trabajo y realidad. Una persona que vive y trabaja para el ocio convierte sus sueños pasajeros en el eje de su vida. Y esa vida será por regla general no solamente improductiva, sino autodestructiva. No es difícil encontrar pruebas que confirman esta afirmación: una sociedad donde una buena parte de la población acaricia el sueño de mirar las nubes o, en su defecto, trabajar lo menos posible, es una sociedad destinada al retroceso y, finalmente, a la miseria y la muerte. Y todo queda envuelto en un sudario llamado aburrimiento.


Dios nos llama a trabajar en Él y a descansar en Él. Pero Dios no nos llama a glorificar el ocio. Una sociedad donde se rinde culto al ocio como la nuestra finalmente confunde el juego y los sueños inalcanzables con la realidad. Como resultado y, en una medida creciente, se impone una pérdida de realismo y de sentido común.


La productividad nace en el contexto de la vida real, del ciclo entre trabajo y descanso. Aquellos que se mueven en esta línea florecerán. Pero aquellos que prefieren mirarse el ombligo y se condenan a una vida de brazos cruzados y pasividad marcada por quejas constantes finalmente encontrarán una vida vacía, aburrida y destinada al sinsentido.

Por lo tanto, vamos a hablar ahora del descanso auténtico.


El día de descanso es un regalo para hacernos más dependientes Dios y más creativos


El cuarto mandamiento nos exige trabajar seis días para emular a Dios en su obra creadora del mundo. Y en el séptimo día debemos de seguir su ejemplo con el cese de nuestra actividad productiva. Este descanso es reflejo del descanso eterno que tendremos en el nuevo mundo (Hebreos 4). Además el cuarto mandamiento no solamente habla de dejar de trabajar, sino que nos dice que Dios “santificó” aquel día, es decir, que lo convirtió en un día especial. El día de descanso no es un mandamiento divino para limitarnos, sino un regalo para hacernos más dependientes de Él y, por lo tanto, más creativos.


La característica del descanso bíblico es la confianza en la provisión del Señor. “Santificar” este día es ponerlo aparte para un uso específico relacionado con Dios e implica que previamente haya habido seis días de trabajo y productividad. En el séptimo día es el momento de descansar, de dejar de ser productivos, para reconocer que es Dios el último dador de todas las cosas. Es el momento de interrumpir el ritmo semanal para poner a Dios en el enfoque de nuestra atención. Llegando al séptimo día podemos mirar atrás en lo que se ha conseguido en los últimos seis días, y también es el momento de hacer un balance: de la misma manera de la que Dios terminó cada día con una evaluación positiva de lo hecho, podemos mirar atrás para ver cómo Dios ha prosperado el trabajo de nuestras manos: la casa está ordenada, la relación con nuestros familiares, amigos y compañeros está intacta, en el trabajo fuera de casa se han logrado avances, etc. También es el momento de aprender de nuestros errores. Para esto es crucial que en este día nuestro reposo se complemente con la adoración colectiva de Dios en el entorno de una iglesia, y que estemos expuestos a sermones que valgan la pena porque nos retan, nos enseñan, nos llaman al arrepentimiento y nos corrigen donde es necesario.


Una rutina “sabática” de este tipo hará más bien a nuestras almas que 6 semanas en un hotel con todo incluido donde al final lo único que nos espera es lo que hoy se llama “síndrome postvacacional”, lo cual quiere decir: estamos peor que nunca. Y la explicación para esto es fácil: "Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos". Isaías 57:20.21

Hemos cometido el grave error como creyentes de imitar a los que no tienen una relación con Dios en su afán de crearse un mundo paralelo llamado “ocio”, y hemos abandonado la idea del día de descanso. El impacto de esta falta de principios bíblicos lo veremos en la época post covid, cuando un segmento de los miembros de muchas iglesias se habrán acostumbrado a cultos virtuales que se pueden “consumir” en cualquier momento para dejar el fin de semana al completo para celebrar sus propios “cultos” de ocio.

Si algo anhelo del judaísmo es una realidad que hemos perdido al completo en nuestro mundo evangélico, la del concepto del shabat, del día de reposo. Este día señalado empieza los viernes por la noche con una comida familiar y altamente litúrgica en el mejor sentido de la palabra. Una vez por semana se inicia de esta manera un tiempo auténticamente re-creativo en el seno de la familia y en el propio hogar.

Quien descansa de esta manera en la provisión del Señor, dándole la honra y la gloria, sacará fuerzas para superarse en cada día de los seis que siguen.


Un artículo de José Hutter, publicado para "Protestante Digital" España.

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